Comienzo

El día 13 de noviembre de 1850, el pequeño y frágil velero Hermann llegaba a la bahía de Corral. Larga y penosa había sido la travesía. Traía a bordo a un centenar de extranjeros que venían en busca de una hospitalaria playa alumbrada por el sol de la libertad.
Venían de la vieja Alemania, que en ese entonces no era lo que el mundo ha admirado. Aunque victoriosa y llena de glorias, no había logrado, sin embargo, estrechar a sus habitantes en un ambiente de unidad y concordia; por el contrario, se encontraba casi deshecha de luchas internas, sin encontrar el camino del progreso.

Las persecuciones políticas, el estancamiento económico, el caos y la misericordia hacían sufrir a sus habitantes. Y los elementos de más valer, los que confiaban en el provenir y luchaban por el advenimiento de mejores días, eran los más perseguidos.

Entre ellos nació la idea de abandonar a la patria, de buscar nuevos horizontes, y en romería acudían a los puertos para partir a ultramar. No eran miserables a quienes les faltara el pan; eran perseguidos y prisioneros que buscaban la libertad. No iban con las manos vacías. Llevaban sus haberes, sus instrumentos de trabajo y una sólida preparación adquirida en el estudio y en el luchar por el sustento.Tales fueron los que venían en el débil barquichuelo que en ese día llegaba a Corral.

Todos eran algo: había industriales, profesionales y artistas; todo un pequeño mundo intelectual y progresista. Un número de luchadores llenos de fé en la victoria. La comunidad de sufrimientos y esperanzas los había estrechado cada día más durante la larga travesía. Todo lo veían renacer bajo este sol. Siempre sobresale uno; siempre es alguien el que dirige y orienta. Así fue también en esa travesía.

Carlos Anwandter, el hombre lleno de vida, de inteligencia privilegiada y de grandes dotes de carácter, debía lógicamente sobresalir, sobreponerse, colocarse a la cabeza de sus compañeros. Había abandonado su patria cuando ya frisaba los cincuenta; pero parecía el más joven de todos. Había nacido el 1 de Abril de 1801 en Luckenwalde, a menos de dos jornadas de Berlín.

En su pueblo natal cursó las primeras letras, después pasó a continuar sus estudios al Liceo Joachimsthal de la capital. Preparado para la vida, ingresa al trabajo como aprendiz en una farmacia de Berlín, luego abandona su puesto para cumplir con el servicio militar; fue aspirante voluntario en el Cuerpo de Zapadores de la Guardia.

Una vez licenciado, empieza a correr tierras para conocer su patria. Recorre todo el norte del país trabajando en diversos lugares, en lo que había escogido como profesión. De vuelta a la capital ingresa a la Universidad para sellar sus conocimientos adquiridos en la práctica. En 1825, la Universidad de Berlín le otorga el diploma de farmacéutico de primera clase.

Cumplidas así sus primeras ambiciones, sienta plaza en Guben donde adquiere una botica. Sus intereses lo llevaron después de cuatro años a Calau. Ahí formó su hogar y empezó a desarrollar la verdadera vida a que estaba predestinado. Muy luego, el activo e inteligente boticario se dio a conocer a sus ciudadanos.

Todo un hombre de energía inquebrantable, de sólida preparación y clara visión del porvenir, de sanos ideales llenos de amor al progreso y a sus semejantes, fue le diputado que toda la región y el partido Demócrata de la Reforma llevó, en 1847, a la Dieta Prusiana.

La grave situación por la que atravesaba el país obligó al Gobierno a reunir al año siguiente a una Asamblea Constituyente que debía encausar la marcha del país. Ahí se mostró Carlos Anwandter, como un luchador de empuje, como el defensor infatigable de los derechos del oprimido y agobiado. Con toda el alma luchó por sus ideales.

Pero ese hombre no podía permanecer inactivo, no se podía, seguramente, resolver a una oscura vida de boticario de pueblo chico. Así, pensó en abandonar a su patria para buscar en otro ambiente más propicio el campo donde desarrollar su vida tal como se la soñaba.

En ese entonces circulaba una activa propaganda por la inmigración: Bernardo Philippi y F. Kindermann, que ya habían viajado por el mundo, orientaban sus pasos hacia Chile. Y después de reflexionar y medir cuidadosamente sus pasos, Anwandter fijó rumbo a su nueva patria. Venía con otros en el Hermann.

En Corral, a la vista del ansiado suelo de esperanzas, los inmigrantes tuvieron que sufrir penosa desilusión. Nada de lo esperado tenían a su alcance y todo se presentaba dudoso y lleno de dificultades. Fue entonces cuando se agruparon y se estrecharon alrededor de ese hombre que ya durante la travesía haía sido su cabeza. Y emprendieron la lucha para triunfar.

Carlos Anwandter fue elegido para entenderse con el representante del gobierno Chileno, don Vicente Pérez Rosales. Todas las gestiones tuvieron éxito y la nueva patria se les presentó como se la soñaron. Agradecidos juraron por boca de Anwandter su adhesión a Chile.

Con nuevos bríos, con el empuje de su raza, esos bravos luchadores de paz empezaron su obra. En la Isla Teja, a orillas del Calle-Calle. Carlos Anwandter con sus propias manos y ayudado por sus hijos mayores, construyó un hogar.

Cierto es que al antiguo zapador le fue más fácil que a otros, tenía dinero, herramientas, pero también es cierto que nunca negó su ayuda a nadie; con su esfuerzo y su idea, con préstamos sin intereses ni garantías, socorría a todos. Así cimentó su obra; así empezó a escribir la más bella página que puede ambicionar un hombre, llegó a refundirse con su propia obra.

El destino le preparaba duros golpes al nuevo hogar. En 1853 fallecía su primera esposa, a las cuatro semanas su única hija, en plena primavera.

Pero sin claudicaciones continuaba hacia adelante ese hombre excepcional que veía su felicidad en el sacrificio. En 1851, por satisfacer, tal vez, un capricho, preparó en su hogar unos litros de cerveza. Así nació lo que hoy día es una de las mayores industrias del país.

En 1853, abría puertas de una bien surtida farmacia. Así alentaba el progreso de la colonia. Si bien Anwandter, don Carlos, como ahora se le llamaba, era en todo el primero, sus conciudadanos no desmerecían en nada, por el contrario, todos contribuyeron, cual más cual menos, a la marcha progresista.

Un ambiente de estrecha unión y comunidad de ideales alentaba a todos. Así germinaron muchas obras que hoy día admiramos, sin indagar su origen, sin pensar en las dificultades de los primeros pasos. En 1853, nacía el Club Alemán, un hogar común para reunirse y deliberar.

En el mesón del probo Saelzer se ventilaban los intereses comunes. Ahí don Carlos era presidente. Un Club Musical de Canto, un cementerio laico, una biblioteca, una Compañía de Bomberos voluntarios, fueron los primeros frutos del trabajo de todos.

Pero don Carlos siempre sobresalía, era el que con más calor se sacrificaba por todo. Luego nació la idea de fundar una escuela, para educar a los hijos y difundir su cultura. A esta idea, difícil en extremo, por necesitar de grandes recursos, don Carlos dedicó sus mayores desvelos.

El triunfo debía coronar también este esfuerzo; en 1858, un colegio mixto abría sus puertas a la juventud. Es el mismo que hoy día mantiene el centro de la cultura en nuestro ambiente. En sus aulas recibimos la luz y en su antiguo patio bajo la frondosa encina admiramos a su fundador, sin comprender tal vez, todo su valer.

Más tarde hechos hombres, saludamos su obra, venerando su memoria. Así todo marchaba con rumbo seguro hacia el progreso, progreso que hoy día ha llegado a su cumbre y que debe ser el orgullo de todos.

Bien se ha cumplido el juramento; los nietos, todos chilenos, han mantenido la obra que con tanto sacrificio cimentaron los abuelos. Largos años debía convivir don Carlos con su obra: el anciano alcanzó a ver el triunfo que su clara visión había previsto.

El 10 de Julio de 1889, a los 88 años de edad entregó su cuerpo a la madre tierra. Valdivia lo lloró como a su hijo predilecto. En su sepelio, autoridades chilenas altamente colocadas pudieron decir de él:

«Inteligente, honrado, modesto, y laborioso, fue uno de los pocos que tienen por patria a todo el mundo y por familia a toda la humanidad, dedicándoles todo su esfuerzo. Un patriota de todo corazón, un intelectual, un industrial y un obrero se van con él». O bien:

» Dió un ejemplo de acividad y economía unidos a un profundo espíritu emprendedor, amor y progreso a sus semejantes».

Tal fue Anwandter. Su vida entera es un sacrificio inagotable en bien de sus conciudadanos. Nacido para dirigir y para gobernar, no se embriagó nunca en sus triunfos, siguió el camino recto y consecuente que debía seguir aunque se apartara de otros de visión más estrecha. Veneremos su memoria, saludemos en el jubilo de nuestras fiestas toda su grandeza.

El correo de Valdivia 12 de Diciembre de 1925 Homenaje a la Colonia Alemana en Chile.

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